PorNoé R. Rivas -
‘Légua’, la más reciente producción cinematográfica del dúo portugués formado por João Miller Guerra y Filipa Reis, se presenta como un ejercicio contemplativo que explora las dinámicas generacionales y los cambios sociales en el norte de Portugal. La cinta, que se exhibió en el Festival de Cannes 2023, se inscribe en una corriente de cine pausado y reflexivo, donde la observación de lo cotidiano adquiere un peso significativo en la narrativa.
El filme centra su atención en tres mujeres de diferentes generaciones, cuyas vidas convergen en una antigua mansión señorial. Ana, interpretada por Carla Maciel, es una mujer de mediana edad que se debate entre sus responsabilidades familiares y su deber moral hacia Emília (Fátima Soares), la anciana ama de llaves de la propiedad. La hija de Ana, Mónica (Vitória Nogueira da Silva), representa a la juventud que busca oportunidades lejos del entorno rural.
La trama se desarrolla en un ritmo deliberadamente lento, permitiendo que el espectador se sumerja en la atmósfera de la casa y sus alrededores. Guerra y Reis optan por un enfoque minimalista, donde los diálogos son escasos y las acciones cotidianas cobran un protagonismo inusual. La cámara de Vasco Viana captura con detalle los rituales diarios de limpieza y mantenimiento de la propiedad, convirtiendo estas tareas mundanas en una suerte de danza silenciosa que habla de tradición, deber y el paso inexorable del tiempo.
El conflicto central de la película surge cuando Emília enferma gravemente y Ana decide cuidarla, postergando sus planes de reunirse con su esposo en Francia. Esta decisión genera tensiones familiares y pone de manifiesto las diferentes perspectivas generacionales sobre el deber y la libertad individual. Mientras Ana se siente obligada a honrar una deuda de gratitud con Emília, su hija Mónica ve esta elección como un sacrificio innecesario.
‘Légua’ aborda temas como la despoblación rural, la transformación de las estructuras sociales tradicionales y la persistencia de ciertos valores en un mundo cambiante. La mansión, con sus dueños perpetuamente ausentes, se convierte en un símbolo de un orden social en declive. Las mujeres que la mantienen representan diferentes etapas de adaptación a esta realidad cambiante.
La actuación de Carla Maciel como Ana es el eje sobre el que gira la película. Su interpretación, contenida y llena de matices, transmite la complejidad emocional de una mujer atrapada entre dos mundos. Fátima Soares, por su parte, encarna con convicción a Emília, una figura que se aferra a las viejas costumbres con una tenacidad que roza lo obsesivo.
Visualmente, la película aprovecha la belleza austera del paisaje norteño de Portugal. Los interiores de la mansión, con sus amplios espacios y su atmósfera de abandono, contrastan con los exteriores luminosos y las escenas de trabajo en el campo. Esta dualidad visual refuerza la tensión entre lo viejo y lo nuevo, lo estático y lo dinámico.
El ritmo pausado de ‘Légua’ puede resultar desafiante para algunos espectadores. Los directores optan por largas tomas contemplativas y secuencias repetitivas que, si bien contribuyen a crear una atmósfera inmersiva, también pueden generar cierta impaciencia. Sin embargo, esta elección estilística es coherente con la intención de la película de sumergir al espectador en el flujo temporal de la vida rural.
La banda sonora, utilizada con moderación, alterna entre el silencio cargado de significado y ocasionales irrupciones de música pop, que actúan como recordatorios de un mundo exterior en constante evolución. Estos contrastes sonoros subrayan la coexistencia de diferentes realidades temporales en el microcosmos de la mansión.
A medida que la película avanza, la enfermedad de Emília se convierte en un catalizador que obliga a los personajes a reevaluar sus prioridades y relaciones. El cuidado de la anciana se transforma en una metáfora del cuidado de las tradiciones y la memoria colectiva. Ana, en su papel de cuidadora, se convierte en un puente entre el pasado y el presente, entre la obligación y la elección personal.
‘Légua’ no ofrece resoluciones fáciles ni conclusiones definitivas. El final de la película, que se aleja del realismo predominante para adentrarse en territorios más simbólicos, puede resultar desconcertante para algunos. Sin embargo, esta ambigüedad final parece ser una elección deliberada que invita a la reflexión sobre la naturaleza cíclica del tiempo y la permanencia de ciertos vínculos más allá de lo físico.
La obra de Guerra y Reis se inserta en una tradición cinematográfica que privilegia la observación sobre la acción, el silencio sobre el diálogo, y la sutileza sobre la explicitud. En este sentido, ‘Légua’ dialoga con obras de cineastas como Chantal Akerman o Lisandro Alonso, que han explorado la potencia expresiva de lo cotidiano y lo aparentemente insignificante.
En conclusión, ‘Légua’ es una película que exige paciencia y atención del espectador. Su ritmo pausado y su enfoque en los detalles de la vida cotidiana pueden resultar exigentes, pero también ofrecen una experiencia cinematográfica rica en matices y reflexiones. A través de su retrato íntimo de tres generaciones de mujeres, la película plantea interrogantes sobre la identidad, la tradición y el cambio social en un mundo rural en transformación.
Los directores logran crear un retrato sensible y multifacético de una realidad en transición, donde lo viejo y lo nuevo coexisten en una tensión constante. Si bien la película puede resultar hermética en algunos momentos, su honestidad y su compromiso con una visión cinematográfica singular son innegables.
‘Légua’ no es una película para todos los gustos, pero aquellos dispuestos a sumergirse en su ritmo y su atmósfera encontrarán una obra que invita a la reflexión sobre temas universales como el deber, la familia y el paso del tiempo. En un panorama cinematográfico dominado por narrativas más convencionales, la propuesta de Guerra y Reis se destaca por su originalidad y su valentía al abordar temas complejos de una manera sutil y poética.